Los lugares para aparcar son: el aparcamiento sur, para autocares, caravanas y vehículos grandes (que no caben por los dos estrechos recodos de la calle), y el aparcamiento norte para turismos y furgonetas. El aparcamiento norte de Santa Cilia de Panzano está al final de la calle Única del pueblo a la derecha, como muestra la señal. La parcela de la izquierda es particular y no es un aparcamiento público. La estrecha calle y la plaza no son lugares adecuados para aparcar ya que se obstruye el paso de los tractores y aperos agrícolas. Todas las casas del pueblo están habitadas y sus jardines y huertos deben respetarse, así como el parque público (donde se encuentra el mirador) o zona recreativa de "La Balsa". Coger lo ajeno es robar y está mal, además de constituir un delito.
Un parque natural es un santuario y como tal hay que tratarlo. Dentro del parque podemos (y debemos) disfrutar de la contemplación de la naturaleza: de su flora, fauna, geología... y fotografiarla. Respiremos a fondo el aire puro, y los fragantes aromas, gocemos del paisaje, de la biodiversidad reinante que se mantiene más o menos en su estado primigenio. Sintamos el regalo del silencio y la paz del monte sólo turbados por vuelos de insectos y trinos de pájaros...
Y para mantener este statu quo y que lo disfruten nuestros hijos y nietos se hace preciso respetar las normas (no demasiado difundidas in situ) y el sentido común que dicta la conciencia ecologista. No debemos coger nada de recuerdo: ni una piedra, ni una planta, ni un insecto... Debemos dejar todo como está, y no ensuciarlo con nuestra basura. Todo lo que llevemos debemos recogerlo (incluso los restos biodegradables que son ajenos al ecosistema como una monda de mandarina, una piel de plátano, unas cáscaras de pipas o cacahuetes...) y tirarlo en las papeleras o contenedores adecuados.
Un parque natural es un santuario y como tal hay que tratarlo. Dentro del parque podemos (y debemos) disfrutar de la contemplación de la naturaleza: de su flora, fauna, geología... y fotografiarla. Respiremos a fondo el aire puro, y los fragantes aromas, gocemos del paisaje, de la biodiversidad reinante que se mantiene más o menos en su estado primigenio. Sintamos el regalo del silencio y la paz del monte sólo turbados por vuelos de insectos y trinos de pájaros...
Y para mantener este statu quo y que lo disfruten nuestros hijos y nietos se hace preciso respetar las normas (no demasiado difundidas in situ) y el sentido común que dicta la conciencia ecologista. No debemos coger nada de recuerdo: ni una piedra, ni una planta, ni un insecto... Debemos dejar todo como está, y no ensuciarlo con nuestra basura. Todo lo que llevemos debemos recogerlo (incluso los restos biodegradables que son ajenos al ecosistema como una monda de mandarina, una piel de plátano, unas cáscaras de pipas o cacahuetes...) y tirarlo en las papeleras o contenedores adecuados.
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