De Santa Cilia de Panzano a la ermita de Arraro POR J. MARIANO SERAL

De Santa Cilia de Panzano a la ermita de Arraro POR J. MARIANO SERAL 14/08/2011 Diario del Altoaragón
La mañana había salido nublada, las plomizas nubes iban y venían en su peregrinar tomando el rumbo que les dictaban los vientos, acariciando con suavidad las crestas de la sierra Guara, de vez en cuando el sonriente sol nos saludaba con timidez, motivo por el cual decidimos hacer una excursión por las estribaciones de la sierra, encaminando nuestros pasos hacia la ermita de Arraro.
Salimos de Huesca por la N–240, en el Estrecho Quinto tomamos el desvío dirección Bandaliés, seguimos por la A-1227, una vez que pasamos Panzano hacemos un pequeño paréntesis en nuestra excursión con la intención de recorrer un bonito tramo de senda que bordea el río Formiga, estacionamos nuestro vehículo en el aparcamiento que hay junto a dicho río, admiramos la belleza del paraje, espacio concurrido por los amantes de los deportes de aventura. Mientras nos calzamos las botas escuchamos el alegre murmullo del río que lleva un cierto caudal debido a las lluvias y nevadas de las últimas semanas, algún desnudo cajico, chopos y buchos bordean el cauce, en compañía de pequeñas huertas que sacian su sed con las cristalinas aguas de dicho río. Tomamos rumbo norte por la senda que va paralela al cauce, poco a poco va ganando altitud, mientras las cristalinas aguas se van encajonando entre la dura roca, a su vez se va ausentando la zona de huerta, escuchamos el estruendo de las aguas en las pequeñas cascadas, disfrutamos de las bellas vistas que nos ofrece el paraje, seguimos en nuestro caminar hasta que llegamos a (la Cueva de las Polvorosas) un corral que aprovecha como cubierto la ennegrecida oquedad del macizo de conglomerado, tiene la puerta de entrada por el muro sur, por el oeste el vertiginoso acantilado al río junto con algún gran bloque de piedra conforman el cerramiento, dispone de una pequeña caseta de mampostería irregular para guarecerse el pastor de las inclemencias del tiempo.
Volvemos sobre nuestros pasos hasta el aparcamiento, tomamos rumbo a Santa Cilia de Panzano. En pocos minutos arribamos a dicha población, nos alegramos al ver que el ramal que enlaza con la A-1227 ha sido asfaltado. Estacionamos nuestro vehículo en el aparcamiento que hay en la zona alta del pueblo. Nos echamos la mochila a la espalda y empezamos de nuevo nuestro caminar, esta zona nos la conocemos debido a que hemos realizado varias excursiones al Tozal de Guara, al de Cubillas, a los llanos de Cupierlo, al pozo de nieve de Vallemona, pero a pesar de haberla recorrido con asiduidad no deja de sorprendernos la variedad de colorido que nos ofrece a día de hoy, cambia totalmente la percepción colorista del paisaje, la ladera adquiere tonalidades azuladas del romero y amarillas de la aliaga. Vamos ascendiendo por la pista aprovechando el descansillo del zigzag, observando las diferentes perspectivas que nos ofrece la altitud a la cual nos hallamos, recorremos con la mirada el tozal de Cubillas, el de Guara, giramos nuestra testa con la finalidad de admirar pausadamente el mosaico del paisaje agrícola, siempre me apasiona mirar cada una de sus teselas con sus formas irregulares, con sus cultivos, quizás mi apego a la agricultura desde pequeñito me hace ver el paisaje con otros ojos, también como no, busco con la mirada los diferentes pueblecitos que componen el humanizado lienzo: Panzano, Aguas, Coscullano, Loscertales, Sipán, Santa Eulalia con su atalaya… al ver la población de Bastarás me viene un sentimiento de tristeza por no poder visitar la cueva de Chaves, probablemente algún día cuando se imponga la lógica su acceso será libre, pero ¿tendré la fortuna de poder poner mis pies en dicha cueva?

Continuamos ascendiendo por la pista hasta que llegamos a un desvío a mano izquierda, un panel nos indica la ermita de Arraro, llanea durante unos metros, un pequeño arroyo que baja de las Pauletas cruza la pista. Descendemos entre pinos, alguno de ellos de gran porte, vadeamos el arroyo de Yara, a pesar de que unos metros más arriba escuchamos su murmullo, curso abajo el caudal se oculta filtrándose tierras adentro fruto de la condición kárstica de la sierra, seguimos hasta que llegamos a un panel direccional que nos indica la ermita de Arraro, por lo cual dejamos la pista y seguimos la senda, en sus primeros metros paralela a dicho barranco que va tomando profundidad con verticales paredes, conforme ascendemos los pinos se ausentan dejando paso a las carrascas y buchos, sus troncos aterciopelados por el musgo. Por el sur también contemplamos el cañón del Formiga cincelado siglo a siglo por las aguas, adquiriendo tonalidades grisáceas azuladas con alguna pincelada rojiza. Escuchamos el croar de las ranas debido a que fluyen las aguas por esta zona y conforman pequeñas charcas. En las paredes del macizo de conglomerado se aprecia alguna oquedad que ocasionalmente ha sido utilizada como improvisado refugio. En pocos minutos llegamos a la explanada en la cual se emplazan los restos de la ermita, una carrasca de gran porte destaca en esta pobre falsa llanura, en la cual predominan los buchos que están en plena floración, también capta nuestra atención el grisáceo esqueleto seco de un boj que por la corvedad de sus ramas, adquiere cierta belleza abstracta.
Nos acercamos hasta el edificio de la ermita de planta rectangular, queda en pie parte del ábside semicircular, es curioso observar sus sillares los de las primera hiladas de tonalidades blanquecinas y los superiores rojizas, en su interior se observa algún sillar de piedra toba. La maltrecha construcción permanece custodiada por buchos, algunos de ellos sus troncos tienen ya un cierto diámetro.
Citamos a José Luis Aramendía (El románico en Aragón): "bella construcción románica alzada con sillares en la segunda mitad del siglo XII, quedando solamente cinco hiladas de los sillares que cerraban el ábside en cuarto de esfera que apoyaba sobre una sencilla imposta corrida, una ventana con arco de medio punto dovelado y doble derrame".
También en este enclave hubo castillo y población, citamos a Adolfo Castán en Torres y castillos del Alto Aragón: "En la parte septentrional se levanta un pitón conglomerático, perimetralmente se dispuso muración, de la que son testigos unos pocos restos constructivos. Enlaza nítidamente con Montearagón, Santa Eulalia la Mayor, El Pueyo de Barbastro y crestas de Marmaña, en Bastarás. Sobre la población, por los restos suponemos que el número de viviendas oscilaba entre seis y diez".
También en la partida de Arraro hay documentación sobre un pozo de nieve, citamos a Pedro Ayuso Vivar en Pozos de nieve y hielo en el Alto Aragón: "Blasco de Azlor señor de Panzano, mandó construir una en la partida de Arraro en el año 1594 a Pierrez Chiral".
Tras contemplar de nuevo el paisaje de gran belleza por todos los puntos cardinales, tomamos un frugal refrigerio y volvemos a la pista principal, seguimos dirección oeste, en dicha pista de tierras blandas han quedado impresas las roderas de algún todo terreno que con toda seguridad ha tenido cierta dificultad para salir del barrizal. Tras ascender un repecho desciende con brusquedad hasta que llegamos a los restos de varias construcciones, contemplamos una de ellas utilizada como edificio auxiliar, de mampostería irregular tejado derruido de dos aguas, así como otras que se emplazan unos metros más al sur completamente aplanadas y engullidas por la maleza, se trata de la casa del Conde de Guara, mientras como melodía de fondo escuchamos el rumor de las aguas que engrosan el caudal del Formiga.

Bastarás y la Carrasca Borracha

Cuando yo recorro y visito este lugar, hace más de cuarenta años, se mantiene intacta la cueva neolítica de Chaves, y se mantiene erguida la Carrasca Borracha en plena sierra de Guara, no lejos de la peña Peatra, encima de Bastarás, sin otra misión en nuestros días que asombrar orgullosa a los escasos paseantes que por allí se acercan. Y junto a ella, nada. Ni una mala caseta, ni una borda, nada.
Pero dejaré aparte la cueva, luego empleada para usos que la destruyen sin importar a nadie, pues el patrimonio aragonés a nadie interesa.
Me centraré en la Carrasca Borracha, por su interés, para mí, de nuestros antepasados más cercanos.
La Carrasca Borracha fue antaño un sitio de encuentros, lugar de descanso y charlas distendidas. Punto de reunión de montañeses, de las gentes que bajaban de Pedruel, Las Almunias, Rodellar o Las Bellostas con sus machos cargados de patatas para la tierra baja y los que subían de Angüés, Labata, Ibieca o Casbas con sus recuas portadoras de aceite o vino.
Allí paraban todos y echaban trago con el almuerzo o la merienda de buen pan blanco para acompañar la chulla o la longaniza o la tortilla de chorizo. La alforja se compartía y la bota pasaba de mano en mano, que así repostaban los viajeros de hace cuarenta años. Y esos encuentros, y esos tragos le dieron el apodo a la carrasca, aunque no nos consta que jamás empinara el codo.
Y más de una vez parece que fue testigo de excepción en algún ajuste de boda. Ya se sabe: el comentario de paso de uno de Bara que necesitaba joven en casa para el “hereu”; la observación de otro de Bierge de que en casa Tal había dos mozas casaderas de muy buen ver. Un par de meses después se reunían las dos familias interesadas, con aponderador y todo. ¿Y qué mejor lugar que la Carrasca Borracha, tan seria ella, tan firme, y en terreno de nadie, a mitad de camino de la montaña y la tierra baja?
De todos es conocido que en mi tierra, para hacer casa, mujer de la montaña y hombre de la tierra baja: “Mujer de arriba y hombre de abajo, casa pa arriba”, “Mujer de abajo y hombre de arriba, casa pa abajo”. El montañés es vago. Lo digo ahora que no me oyen, pero ellos saben que es verdad. Lo suyo es pasearse con las vacas. Tal vez ni eso porque las deja sueltas en el monte y él se baja a casa con la moto todo terreno. A la mañana siguiente volverá a subir con buena alforja y el transistor iY hala!
La mujer, en cambio, hace todas las faenas de la casa, que son muchas: prepara a los críos para la escuela, a donde los manda bien repeinados y escoscados; cuida de los abuelos, condimenta la pastura de las gallinas y tocinos, entrecava el huerto, lleva la administración de la hacienda. Todo, absolutamente todo, cae sobre ella. Y cuando llega la hora de cortar la yerba, trabaja como un hombre más. Admiramos a las montañesas, por supuesto. Son mucho las montañesas: trabajadoras, ahorradoras, bondadosas. Hacen lo que se llama un buen partido.
Ahora la Carrasca Borracha ya tiene amo. Bastarás es un coto de caza con alambrada y todo. Cualquier día nos enteraremos de que ya no existe la carrasca. A los actuales amos probablemente ya no les dice nada y, por otra parte, puede dar sus buenas arrobas de leña para cuando los invitados se acerquen un día a comerse una costillada.
Pero que ese día esté lejano, que ya hemos arrasado bastantes carrascales a cambio de nada. Siquiera antiguamente se empleaban para carbonar y mantenían a un buen número de familias de la sierra. Y sus bellotas engordaban los tocinos y jabalíes y hasta hacían las delicias de los chavales del pueblo. ¡Y qué ricas nos parecían asadas como si fueran castañas! ¡Lo que hacía el hambre! Les dabas un cortecico y las enterrabas en el calibo. A la media hora aquello nos resultaba pan bendito.
La juventud actual, de eso nada. Por un par de euros se compran unos pistachos o unas bolsetas de pipas. Nuestras pipas fueron pepitas de melón. ¿Quién tenía un par de duros cuando el salario de su padre eran diez pesetas?
No, no teníamos dinero. Los jóvenes no se acaban de creer que nosotros hemos manejado billetes de una peseta durante muchos años (y el jugo que les sacábamos cuando caía uno en nuestras manos...). Sabíamos también, pero de oídas, que había billetes de cien pesetas. La moneda de mayor valor era entonces la de un duro: eso sí, un duro de verdad, grande, rotundo. No como esos botoncicos dorados de ahora que nos hacen creer que valen seis pesetas... y tal vez sea verdad, aunque con seis pesetas ¿qué podemos comprar ahora?
No, no teníamos dinero. Pero la naturaleza nos era generosa y nos brindaba moras de zarza y de árbol, y regaliz de palo, y angelicos saladillos de las acacias, y garrofas que destilaban miel, y arañones, y chordones, y panetes y relojetes y manzanetas de San Chuan (¡y ojo con los tapaculos!).
Y hasta nos proporcionaba los primeros pitillos de petiquera, que picaban una cosa mala pero nos creaban el clima de las primeras picardías compartidas.
Bastarás lo compraron catalanes. Lo compraron y lo tienen vallado con alambrada. Sé que ha ido cambiando de manos y hoy es difícil saber quienes son sus dueños. Es el que inspiró a Alfonso Zapater la novela “El pueblo que se vendió”, premio Ciudad de Barbastro, igual que Ainielle le dio el premio a Llamazares. A lo mejor nuestro Alto Aragón no vale más que para inspirar novelas negras. Suelves lo compraron los belgas... ¿y para qué vas a hablar de la Garcipollera, de la Guarguera, del valle del Ara -que se repartieron el Icona y el lberduero- o Mediano, Mipanas y docenas de ellos que ahogó la Confederación Hidrográfica del Ebro?
Mejor lo dejamos aquí.
Si no existiera el vallado, cualquier día de estos intentaría acercarme hasta la Carrasca Borracha, aunque solamente fuera para evocar aquellos años de mi infancia cuando los pueblos eran pueblos y en Panzano vivían ciento ochenta personas, y en Bara noventa y cinco, y en Laguarta ciento doce (y así por toda la sierra), y la gente paraba a echar trago (y trolas también, claro) y charlar sin prisas a la sombra de la Carrasca Borracha como cuando alguien dejaba caer que uno de Bara necesitaba una joven en casa y otro de Bierge tenía dos hijas casaderas.
¡Qué de cosas me contaría la Carrasca Borracha!
Pero amigos lo intentamos este fin de semana, y tampoco lo conseguimos… Pero nos fotografiamos dentro del pueblo. Poco a poco…
Sebastián Lasierra Bertrán nació en Laluenga (Huesca) en 1945. Cursó estudios en el Colegio de los Salesianos de Huesca y en la Universidad de Zaragoza. A los veinte años ingresó en el Ministerio del Interior y permaneció en él hasta su jubilación. En la década de los sesenta comenzó a recopilar las costumbres de Aragón, recorriendo gran cantidad de pueblos. Además también se centró en el humor aragonés, en 1968 se lanzó a contarlo por toda España con el apodo de "El Marqués". En 1980 inició un programa diario sobre humor costumbres aragonesas en Antena 3 Radio. Posteriormente hizo lo mismo en RNE, y actualmente desde hace once años en el programa de Mayte Salvador Estudio Abierto (Radio Ebro) en una sección llamada las cosicas del Marqués. Por otro lado, desde "Ligallo de Fablans de L' Aragonés", se dedica a recoger modismos, formas y las distintas variantes de la fabla, incluso imparte clases de Aragonés.

Barranquismo en el río Formiga


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