Bastarás y la Carrasca Borracha

Cuando yo recorro y visito este lugar, hace más de cuarenta años, se mantiene intacta la cueva neolítica de Chaves, y se mantiene erguida la Carrasca Borracha en plena sierra de Guara, no lejos de la peña Peatra, encima de Bastarás, sin otra misión en nuestros días que asombrar orgullosa a los escasos paseantes que por allí se acercan. Y junto a ella, nada. Ni una mala caseta, ni una borda, nada.
Pero dejaré aparte la cueva, luego empleada para usos que la destruyen sin importar a nadie, pues el patrimonio aragonés a nadie interesa.
Me centraré en la Carrasca Borracha, por su interés, para mí, de nuestros antepasados más cercanos.
La Carrasca Borracha fue antaño un sitio de encuentros, lugar de descanso y charlas distendidas. Punto de reunión de montañeses, de las gentes que bajaban de Pedruel, Las Almunias, Rodellar o Las Bellostas con sus machos cargados de patatas para la tierra baja y los que subían de Angüés, Labata, Ibieca o Casbas con sus recuas portadoras de aceite o vino.
Allí paraban todos y echaban trago con el almuerzo o la merienda de buen pan blanco para acompañar la chulla o la longaniza o la tortilla de chorizo. La alforja se compartía y la bota pasaba de mano en mano, que así repostaban los viajeros de hace cuarenta años. Y esos encuentros, y esos tragos le dieron el apodo a la carrasca, aunque no nos consta que jamás empinara el codo.
Y más de una vez parece que fue testigo de excepción en algún ajuste de boda. Ya se sabe: el comentario de paso de uno de Bara que necesitaba joven en casa para el “hereu”; la observación de otro de Bierge de que en casa Tal había dos mozas casaderas de muy buen ver. Un par de meses después se reunían las dos familias interesadas, con aponderador y todo. ¿Y qué mejor lugar que la Carrasca Borracha, tan seria ella, tan firme, y en terreno de nadie, a mitad de camino de la montaña y la tierra baja?
De todos es conocido que en mi tierra, para hacer casa, mujer de la montaña y hombre de la tierra baja: “Mujer de arriba y hombre de abajo, casa pa arriba”, “Mujer de abajo y hombre de arriba, casa pa abajo”. El montañés es vago. Lo digo ahora que no me oyen, pero ellos saben que es verdad. Lo suyo es pasearse con las vacas. Tal vez ni eso porque las deja sueltas en el monte y él se baja a casa con la moto todo terreno. A la mañana siguiente volverá a subir con buena alforja y el transistor iY hala!
La mujer, en cambio, hace todas las faenas de la casa, que son muchas: prepara a los críos para la escuela, a donde los manda bien repeinados y escoscados; cuida de los abuelos, condimenta la pastura de las gallinas y tocinos, entrecava el huerto, lleva la administración de la hacienda. Todo, absolutamente todo, cae sobre ella. Y cuando llega la hora de cortar la yerba, trabaja como un hombre más. Admiramos a las montañesas, por supuesto. Son mucho las montañesas: trabajadoras, ahorradoras, bondadosas. Hacen lo que se llama un buen partido.
Ahora la Carrasca Borracha ya tiene amo. Bastarás es un coto de caza con alambrada y todo. Cualquier día nos enteraremos de que ya no existe la carrasca. A los actuales amos probablemente ya no les dice nada y, por otra parte, puede dar sus buenas arrobas de leña para cuando los invitados se acerquen un día a comerse una costillada.
Pero que ese día esté lejano, que ya hemos arrasado bastantes carrascales a cambio de nada. Siquiera antiguamente se empleaban para carbonar y mantenían a un buen número de familias de la sierra. Y sus bellotas engordaban los tocinos y jabalíes y hasta hacían las delicias de los chavales del pueblo. ¡Y qué ricas nos parecían asadas como si fueran castañas! ¡Lo que hacía el hambre! Les dabas un cortecico y las enterrabas en el calibo. A la media hora aquello nos resultaba pan bendito.
La juventud actual, de eso nada. Por un par de euros se compran unos pistachos o unas bolsetas de pipas. Nuestras pipas fueron pepitas de melón. ¿Quién tenía un par de duros cuando el salario de su padre eran diez pesetas?
No, no teníamos dinero. Los jóvenes no se acaban de creer que nosotros hemos manejado billetes de una peseta durante muchos años (y el jugo que les sacábamos cuando caía uno en nuestras manos...). Sabíamos también, pero de oídas, que había billetes de cien pesetas. La moneda de mayor valor era entonces la de un duro: eso sí, un duro de verdad, grande, rotundo. No como esos botoncicos dorados de ahora que nos hacen creer que valen seis pesetas... y tal vez sea verdad, aunque con seis pesetas ¿qué podemos comprar ahora?
No, no teníamos dinero. Pero la naturaleza nos era generosa y nos brindaba moras de zarza y de árbol, y regaliz de palo, y angelicos saladillos de las acacias, y garrofas que destilaban miel, y arañones, y chordones, y panetes y relojetes y manzanetas de San Chuan (¡y ojo con los tapaculos!).
Y hasta nos proporcionaba los primeros pitillos de petiquera, que picaban una cosa mala pero nos creaban el clima de las primeras picardías compartidas.
Bastarás lo compraron catalanes. Lo compraron y lo tienen vallado con alambrada. Sé que ha ido cambiando de manos y hoy es difícil saber quienes son sus dueños. Es el que inspiró a Alfonso Zapater la novela “El pueblo que se vendió”, premio Ciudad de Barbastro, igual que Ainielle le dio el premio a Llamazares. A lo mejor nuestro Alto Aragón no vale más que para inspirar novelas negras. Suelves lo compraron los belgas... ¿y para qué vas a hablar de la Garcipollera, de la Guarguera, del valle del Ara -que se repartieron el Icona y el lberduero- o Mediano, Mipanas y docenas de ellos que ahogó la Confederación Hidrográfica del Ebro?
Mejor lo dejamos aquí.
Si no existiera el vallado, cualquier día de estos intentaría acercarme hasta la Carrasca Borracha, aunque solamente fuera para evocar aquellos años de mi infancia cuando los pueblos eran pueblos y en Panzano vivían ciento ochenta personas, y en Bara noventa y cinco, y en Laguarta ciento doce (y así por toda la sierra), y la gente paraba a echar trago (y trolas también, claro) y charlar sin prisas a la sombra de la Carrasca Borracha como cuando alguien dejaba caer que uno de Bara necesitaba una joven en casa y otro de Bierge tenía dos hijas casaderas.
¡Qué de cosas me contaría la Carrasca Borracha!
Pero amigos lo intentamos este fin de semana, y tampoco lo conseguimos… Pero nos fotografiamos dentro del pueblo. Poco a poco…
Sebastián Lasierra Bertrán nació en Laluenga (Huesca) en 1945. Cursó estudios en el Colegio de los Salesianos de Huesca y en la Universidad de Zaragoza. A los veinte años ingresó en el Ministerio del Interior y permaneció en él hasta su jubilación. En la década de los sesenta comenzó a recopilar las costumbres de Aragón, recorriendo gran cantidad de pueblos. Además también se centró en el humor aragonés, en 1968 se lanzó a contarlo por toda España con el apodo de "El Marqués". En 1980 inició un programa diario sobre humor costumbres aragonesas en Antena 3 Radio. Posteriormente hizo lo mismo en RNE, y actualmente desde hace once años en el programa de Mayte Salvador Estudio Abierto (Radio Ebro) en una sección llamada las cosicas del Marqués. Por otro lado, desde "Ligallo de Fablans de L' Aragonés", se dedica a recoger modismos, formas y las distintas variantes de la fabla, incluso imparte clases de Aragonés.

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