Pero él iba explicando cosas a su aire, aleccionando al grupo y preparándolo cuidadosamente para el encuentro. “Los buitres son una república, todos vigilan, todos comen, así ha sido siempre”, decía entrelazando de manera hipnotizante en su relato ciencias naturales, experiencias personales y sabiduría popular. Qué tipo. “No vienen aquí por hambre, ya lo hacían antes de que en 2005 cerraran los muladares, les gusta el sitio”. Manuel, que cantaba sus virtudes —son fieles a la pareja, no atacan a seres vivos, comparten, no se pelean, son sostenibles— deplora que las cosas no van bien para los buitres (¡toma!, ni para nadie). Les tiene un cariño especial. “Son muy limpios, tienen que serlo dado su oficio; se están acicalando continuamente y tienen un ácaro que se les come los restos de carne podrida que les queda entre las plumas. También se orinan y excrementan en las patas para desinfectarse”. Carlos Trías, que le ayudaba con la carretilla, puso una cara rara. Los buitres, entretanto, se iban juntando en la pedriza emitiendo un gruñido intranquilizador. “Aquí grabaron sus voces los de Hollywood para ponerlas a los dinosaurios de Parque Jurásico”, apuntó alegremente Manuel. Sus últimas instrucciones antes de acceder al lugar de encuentro y hacernos sentar en el gran anfiteatro natural no dejaron de parecerme inquietantes: “No acerquéis las manos, los picos cortan como bisturíes. Fijaros si se excitan: les sale un moquillo por la nariz y estornudan”. Me dije que al primer estornudo yo me lanzaba pedrera abajo, y que me pillaran.
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